“Cortes de Luz”

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Por Marina Hlebovich
Secretaria Administrativa
2006-2011

En el 2005, después de haberme ausentado por dos años, volví a Misiones para retomar la carrera de Antropología. Fue como empezarla nuevamente, casi. Al mismo tiempo, buscaba trabajo y llegué al despacho de Leopoldo un poco temerosa a pesar de una recomendación. Me dijo que tenía un trabajo para mí, unos informes que debía traducir del inglés al castellano para un libro que estaba armando. Alentada por una amiga que era muy cercana a él, me hice cargo del trabajo. A pesar de que el texto no era complejo, yo estaba aterrada, sentía la responsabilidad de traducir sus palabras. Hoy creo que la traducción no le sirvió de mucho, era una excusa para darme trabajo e invitarme a participar de su proyecto de investigación. Pasado un tiempo, me ofreció ser su secretaria porque el puesto quedaba vacante. Me sentí muy honrada otra vez y lo acompañé cinco años. La pasamos muy bien, aunque hoy también sé que le encantaba cambiar de secretaria. Se quejaba un rato por el abandono, pero en el fondo sabía que iba a seducir a otra chica y eso lo entusiasmaba.
En esos cinco años, básicamente lo vi tratar con la gente. Recibía a todo el mundo con un ademán amable que realizaba con su mano izquierda. La tendía sobre su escritorio al encuentro de la mano del otro. Luego, se empujaba con la mano derecha hacia atrás, separándose de la mesita donde apoyaba su computadora y hacía que su vieja silla girara para ponerse de frente al recién llegado. A veces extendía ambas manos, para apretar las del convidado. En cambio, si el visitante era más cercano, no realizaba este movimiento, se quedaba quieto frente al monitor y dejaba que la persona atravesara la frontera del escritorio y se le acercara. Entonces, esperaba el beso en la frente o un abrazo. Hola Doc, Leo, Leoncio, Old Bear, Corazón, Papaleo, Dotor, Leopold, lo llamaban de distintas maneras.

Inmediatamente, me solicitaba que sirviera café. ¿Vos vas a tomar Luna? "No, ahora después", le contestaba. Es que todos los días bien temprano teníamos nuestro relajado ritual matinal: "tomábamos la leche", unas generosas tazas de café con varias cucharadas de edulcorante (ese, el más parecido al azúcar) y alguna dosis de harina. Si era verano no nos importaba el calor porque prendíamos el aire acondicionado. Estaba muy orgulloso de como enfriaba ese aparato. Luego, abría el diario y lo hojeaba lentamente. Yo disfrutaba en silencio. Muchas veces sentí que la vida me había llevado allí sólo para disfrutar de esos minutos. Levantaba la mirada, a veces comentaba algo (era fanático de las noticias absurdas) y cerraba el diario, yo levantaba las tazas y entonces sí comenzaba la jornada de trabajo.

En relación con su carrera, compartí momentos en los que comenzó a recibir muchos reconocimientos por su trayectoria. Todo eso lo ponía muy contento y, con una humildad más intensa que los galardones, me los comentaba. Como todos saben, Leo hizo cosas grandes y después las sostuvo todos los días, con buen humor. Casi no hablábamos de antropología, no era de lo que nos gustaba charlar.

El jueves pasado vino una tormenta de primavera, esas medio tornado. Se cortó la luz. Yo estaba en casa con mi pequeña hija. Busqué las velas porque a pesar de que era de día, la tarde estaba oscura. Sin pensar, me puse a marcar el número de su casa. Siempre nos llamábamos para saber si del otro lado de la ciudad, también estaba cortada la luz.

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